SINCRONICIDAD
A veces pensamos que el universo nos envía señales cuando
suceden coincidencias que nos parecen asombrosas.
Expresiones como “El mundo es un pañuelo” o “¡qué pequeño
es el mundo!” las decimos cuando sucede una situación o un encuentro fortuito
con alguien que conocemos en una ciudad grande entonces le llamamos casualidad.
Pero ¿qué sucedería si supiéramos que en realidad podría tener que ver con una ciencia llamada
sincronicidad?
Que es la sincronicidad?
Para Jung se podría definir como la simultaneidad de
diferentes eventos vinculados por un sentido que no es el de la causalidad. Es
decir, que esta singular ciencia la podemos resumir en una coincidencia temporal
de una serie de eventos (dos o más), que pese a estar relacionados entre sí, no
son uno causa uno del otro. Sin embargo, sí que existe una relación de
contenido.
Un ejemplo de ello es cuando te sucede que un día charlando
con tu padre, le hablas de un amigo que conociste le comentas su nombre, quiénes son sus
familiares, etc. Así, tirando del hilo, tu progenitor observa que tu amigo y tú
tienen una relación de familia lejana porque resulta que tu abuelo y su abuela
eran primos segundos el hecho de que tú y tu amigo sean familia lejana no tiene
nada que ver con tu amistad y con cómo se ha producido. Sin embargo, sí que hay
una relación de contenido, pero no de causalidad.
Así, ese impulso de
reconocimiento que parece que todos tenemos sería la base de la sincronicidad.
Por lo tanto una experiencia sincrónica suele venir a nuestras vidas cuando
menos lo esperamos, pero en el momento exacto, cambiando en ocasiones la
dirección de nuestro camino e influyendo en nuestros pensamientos. Pero para
ello, tenemos que estar receptivos y atentos al mundo que nos rodea, creando la
apertura a esa posibilidad de sincronicidad.
Cuanto más alertas estemos con respecto a nuestro entorno,
más probabilidades habrá de que ocurra a nuestro alrededor o al menos, que le
prestemos atención… Desde pequeñas conversaciones, canciones de la radio o
mensajes publicitarios por ejemplo, hasta encuentros aparentemente “fortuitos”.
Tan sólo hay que estar atentos.
El destino no está escrito en las estrellas, el viento o la
tierra. Nuestro porvenir solo puede ser plantado, regado, cuidado y recogido
por nosotros mismos. Así que es mejor que pares de dejarte llevar pensando que
es el viento quien te balancea, pues no es así, puesto que tú eres el único
patrón de tu barco.
Es nuestro corazón quien toma los caminos a seguir, y
nuestros pies quienes avanzan por ellos.
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